viernes, 4 de abril de 2008

Prefacio

Tras haberme desaparecido de estos espacios, ando de regreso para retomar--pero también replantear--lo que venía haciendo en lahojadegatell.

Y es que mi gusto por la escritura ha ido definiendo sus derroteros, y por eso prefería abrir un nuevo espacio en el cual explayar mis engendros literarios.

Hay cosas de lahojadegatell que debo retomar. Especialmente el análisis del texto bíblico sobre la caída del ser humano, que se quedó incompleto. Sin embargo, el meollo de este blog van a ser los cuentos que he venido escribiendo desde hace ya varios años.

Todo empezó como una urgencia de descargar momentos deteriorados de mi psique, a causa de mis sueños (se supone que en los sueños uno descarga su psique, deteriorada o no; lo ameno con algunos de los míos es que hacen que me despierte con el triple de preocupaciones y cargas). Y es que el reto es simple: ¿qué se hace cuando se ha soñado una verdadera estupidez?

A mi la solución me pareció obvia: escribir. La estupidez soñada, claro, no sonetos (a menos que hubiera soñado la estupidez en catorce versos endecasílabos, pero no llegó a tanto) ni fábulas (a menos que la estupidez soñada incluyera una moraleja y animalitos hablando; esto último es viable en mis sueños, pero las moralejas no).

Claro, levantarme medio dormido aún y ponerme a escribir a la mayor velocidad posible para no perder las imágenes que me habían consternado, nunca garantizó buenos productos literarios. Así que los fui almacenando, esperando un buen momento para sentarme a arreglarlos, dejarlos monos y coquetos, y entonces darlos a conocer.

El momento me llegó hace algo más de un año, gracias al repentino fastidio de mi equipo de cómputo musical con el que trabajaba (soy músico, evidentemente). Gracias a unos sobrinos que me quisieron actualizar la computadora (en cierto sentido lo lograron, pero también lograron que mi teclado Yamaha dejara de comunicarse con mi PC). En consecuencia, de repente me descubrí con un montón de tiempo libre frente al monitor, y dejé que el ocio hiciera lo demás.

Fruto de ello, ya tengo bosquejados varios ensayos y una novela, además de que ya casi acabo otra novela, mas los más de veinte cuentos que ya están listos para ser conocidos por mis conocidos.

De los ensayos y novelas ya les iré platicando.

De los cuentos, les anticipo que suelo buscar tres diferentes posibilidades de relato.

La primera se basa en la experiencia onírica. Surrealismo, sin más ni más. Son el fruto de esas tonterías nocturnas de las que ya he hablado, y por lo mismo son relatos que no respetan estructuras, verosimilitud o coherencia. Simplemente, exponen lo que soñé tal y como lo soñé.

La segunda es la forma típica del cuento: un relato breve, con un final contundente que le da sentido a todo. Me encanta esta forma, porque ofrece una gama de posibilidades polisémicas fascinantes. Disfruto el reto de lograr que el lector crea que está leyendo una historia, para al final descubrir que estaba leyendo otra, o que crea tener una idea completa del relato, para al final descubrir que carecía de los elementos referenciales básicos. Y que, en cualquiera de ambos casos, tendrá que releer todo, reinterpretar todo.

Y está el sentido del humor, por supuesto. Me considero, literariamente hablando, un hijo de Ephraim Kishon o de Woody Allen (hablando de sus cuentos, no de sus películas). No sé hasta que punto haya que hablar de un humor de raza (que en este caso sería la judía), pero lo cierto es que el humor desplegado por esos dos titanes de la escritura tiene muchas cosas en común. Cosas que, por cierto, no he visto aparecer en escritores mexicanos, estadounidenses o franceses. Ni alemanes, italianos o ingleses. Y los amigos que ya me han leído, han coincidido en que se me nota a leguas que soy de la misma tribu que Kishon y Allen. Así que, esta tercera alternativa suele ser un homenaje al gusto por acumular sinsentidos y absurdos, dejarlos caer en cascada, y nunca querer justificar nada de lo que se dice. Un homenaje a Kishon y Allen, por supuesto. Espero, naturalmente, que un homenaje digno (cosa que no me toca juzgar, pero que no voy a dejar de intentar).

Por supuesto, nunca voy a anticipar si el cuento es onírico, releíble u homenaje. Dejo al lector la tarea de descubrirlo (que no va a ser difícil, supongo).

De cuando en cuando, intercalaré algún ensayo. O algún cuento de alguien más, en cuyo caso aclararé el nombre del autor.

En fin. He aquí el primer cuento.

1 comentario:

Ester dijo...

eres muy buen escritor, no se porque me reclamas de tu teclado cada que tienes oportunidad...
por lo menos ya tienes una lectora fiel (yo)